jueves, 28 de febrero de 2013

EL JUEGO DE LAS PALABRAS

¡¡¡¡¡ÚLTIMOS DÍAS, ÚLTIMOS DÍAS!!!!


EMPEZAMOS LA PRIMERA ACTIVIDAD DE LA ASOCIACIÓN HOYLIBRO CON ESTE "MINICURSO/CHARLA/TERTULIA" SOBRE EL JUEGO DE LA ESCRITURA, IMPARTIDO POR PILAR LEBEÑA EN LA GALERÍA DE ARTE QUE HA ABIERTO MACURO AL LADO DE SU TABERNA. SERÁ  DEL 11 DE MARZO AL 8 DE ABRIL, LOS LUNES Y JUEVES DE 20 A 21 H.

LUGAR: PAGÉS DEL CORRO, ESQUINA ROSARIO VEGA

PRECIO PARA LOS SOCIOS: GRATIS
PRECIO PARA LOS NO SOCIOS: 50 EUROS

INSCRIPCIÓN: AQUÍ (DURANTE EL MES DE FEBRERO)

viernes, 22 de febrero de 2013

ACTA DE PARÍS ERA UNA FIESTA


20 de febrero de 2012

PARÍS ERA UNA FIESTA, de Ernest Hemingway, era la excusa. Y la fiesta comenzó en la precena-exposición de Jorge Camacho, pintor surrealista cubano afincado en Almonte, cuyos negros ojos encandilaron a su tocaya Julia Carlota. Alboroto general al ver aparecer a nuestra mariposilla gaditana ¡ay, si detrás viniera la volvoreta galleguiña!

Jorge Camacho era otra excusa, la elegida por Pilar para proponer una próxima lectura “pero no para el mes que viene, que tengo otra, para el siguiente”. Y como estábamos fáciles y dóciles, nos dejamos convencer sin ninguna oposición. Así, como el que no quiere la cosa, ya tenemos lectura para dos meses. ¿Y por qué era Jorge Camacho una excusa? Porque como cubano exiliado apoyó a su compatriota el escritor y poeta Reinaldo Arenas. Y con su desparpajo habitual nos cuenta nuestra Pilipink que incluso lo trajo algunas veces a la Sierra de Huelva, cosa que celebró nuestra más serrana miembra con palmaditas y saltitos de regocijo. Pilar quiere que leamos un libro de cuyo nombre no consigue acordarse (¡¡¡ayyy, la edad!!!) sobre los intelectuales que apoyan el régimen de Castro.

Salimos rodeando la catedral hacia el destino elegido por nuestra anfitriona: Pilar. Las asistentes: Elena, Marga, ¡María sur!, Rocío, María del Mar, Ángela y yo misma, Cristina. Y el invitado. A la tercera fue la vencida. Porque tres eran tres las veces que nuestro invitado ha estado infructuosamente invitado, pero al fin pudo sentarse en nuestra mesa Eliseo. Y además el día de su cumpleaños. La cita fue en Maccheroni & Cía, un estupendo italiano muy cerquita de la catedral. ¿Sería elegido por el paralelismo con el Shakespeare & Cía de Sylvia Beach? ¡chi lo sá!



Y como nuestra anfitriona es siempre muy detallista, empiezan las sorpresas. Reparte a cada uno un sobrecito tan rosa como sus pelos. Dentro, una tarjetita (“la mía es marrón” “¡ah, pues la mía es negra!”), con gloriosas frases de Ernest Hemingway escritas con tinta plateada. Pasamos a leerlas por riguroso orden. Unas provocan risas, otras minutos de reflexión. Intentaré poner en rojo las que recuerde.

La mía, una de las mejores (sin acritud):
“Quédate siempre detrás del hombre que dispare y delante del hombre que está cagando. Así estarás a salvo de las balas y de la mierda”…
Conmovedora cita digna de ser bordada a punto de cruz.

Otra de las más aplaudidas fue la de Elena:
“La gente buena si se piensa un poco en ello, es siempre gente alegre”.
Y buena gente era la que se sentaba alrededor de la mesa, porque las sonrisas sólo dejaban de brillar para darle un buchito al vino siciliano que nos fue dejando “poivrottes” poco a poco (o como diría Ernest si estuviéramos en Montparnasse “alcohólico, pero en mujer”).



“Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar.
Pues nosotras no hemos aprendido nada porque no callamos ni debajo del agua, quizás porque no hemos llegado a los sesenta. Tras los preámbulos y prolegómenos habituales a la hora de decidir las viandas, y algún toque de atención con el tenedor y la copa, comenzamos a comentar el libro.

Ni fu ni fa. Fue el comentario más habitual. Y para contentar a nuestra fiel encuesta diré que en el blog hay cinco votos. Cuatro regulares y un bien, que descubrimos rápidamente que es de Marga. Los demás –votantes y no votantes- pensamos que el libro era bastante “inaccrochable”. A pesar de todo, dio mucho juego.

A Pilar, gran lectora de Hemingway, le dio pena el autor, que por los días que escribió el libro ya estaba acabado. De hecho el libro sólo fue publicado póstumamente, y parece que después de todo lo que el autor vivió, viajó, amó, bebió, cazó y guerreó... lo que mejor recuerdo le dejó es su época parisina con Hudley y Bumby, "cuando era muy pobre y muy feliz".

Vino al pelo un comentario de Vargas Llosa que aparece en su libro “La verdad de las mentiras”, y que con permiso del Nobel “crocharé” aquí:
“En realidad, era un coloso malherido, semi-impotente, incapaz de concentrarse intelectualmente para emprender una obra de aliento, al que angustiaba la pérdida de la memoria, deficiencia que para aquel que juega al deicida “el novelista reinventor de la realidad” es sencillamente mortal. En efecto, ¿cómo erigir un mundo ficticio, coherente, en el que el todo y las partes estén rigurosamente trabados hasta fingir el mundo real, la vida entera, si la memoria del creador falla y el hechizo de la ficción se rompe a cada instante por las incongruencias y los despistes del relato? La respuesta de Hemingway fue este libro: escribiendo una ficción encubierta bajo el semblante del recuerdo y cuyas desconexiones y fragmentación se disimulan tras la unidad que les confiere el narrador que recuerda y escribe.”
Y según algunas fuentes bien informadas, su última mujer, Mary, quitó y puso lo que quiso tras la muerte del autor. O sea, que mangoneó el manuscrito a su gusto. De hecho, yo he tenido en mis manos dos ediciones diferentes, y en la más reciente hay más capítulos y en otro orden que en la primera.

Es opinión general que hay muchas historias y retratos de personajes muy interesantes de aquella época tan creativa: Sylvia Beach, Gertrude Stein, Ezra Pound, Scott Fitzgerald…, aunque algunos están tan esbozados que nos ha hecho tirarnos de cabeza a la Wikipedia en busca de más datos sobre todos ellos. Aún así, algunos párrafos describen a los personajes con mucha poesía, y se nota en su narración que el autor era periodista. Pasmadas nos dejó, como madres amorosas que somos, que dejaran al niño, Mr. Bumby, bajo la tutela del gato, Mr. Puss. "Eso ahora sería maltrato!!" se oyó al fondo de la mesa.

Eli apunta que no le ha gustado el estilo, pero que es un libro para releer.
“Conocer a un hombre y saber lo que tiene en la cabeza son asuntos distintos”.
¡Qué razón tiene Ernest!



María Sur, cosmopolita ella, dice que hay que leerlo en inglés… “Lo mismo dice Ángel”, apunta Julia Carlota desde el fondo de la mesa, y un viento huracanado recorrió la mesa.

A mí el libro me ha dejado mal sabor de boca, porque me quedé enganchada con la lectura de “Por quién doblan las campanas” (hay una escena de amor bajo una manta, cuando los dos piensan que va a ser su última noche, que te deja mueeeeeerta). Y más después de ver la soberbia película, con Gary Cooper e Ingrid Bergman llenando la pantalla sólo con su presencia.

Y así, entre pizzas, carpaccios y tartufos neros, fue pasando la noche con los fantasmas de la “generation perdue” revoloteando a nuestro alrededor. Curiosa cosa esta de la historia. Curioso que el término que define a una generación salga de una charla en un taller mecánico, donde Gertrude Stein llevó su coche a arreglar:
“Estábamos de vuelta del Canadá y vivíamos en la rué Notre-Dame-des-Champs y Miss Stein y yo éramos todavía buenos amigos, cuando ella lanzó el comentario ése de la generación perdida. Tuvo pegas con el contacto del viejo Ford T que entonces guiaba, y un empleado del garaje, un joven que había servido en el último año de la guerra, no puso demasiado empeño en reparar el Ford de Miss Stein, o tal vez simplemente le hizo esperar su turno después de otros vehículos. El caso es que se decidió que el joven no era “sérieux”, y que el patrón del garaje le había reñido severamente de resultas de la queja de Miss Stein. Una cosa que el patrón dijo fue: «Todos vosotros sois une génération perdue.
-Eso es lo que son ustedes. Todos ustedes son eso -dijo Miss Stein-. Todos los jóvenes que sirvieron en la guerra. Son una generación perdida”
Lo que más carcajadas provocó fue la anécdota que contó nuestra Heidi pilipink de su tierna infancia. La imaginamos con sus abarcas y su enciclopedia Álvarez recorriendo las montañas y cantando por Manolo Escobar por ganar un pollo… pero eso es una historia que espero que ella misma nos narre en su próximo libro: “Mi pueblo era una fiesta”, así que no pienso descubrir nada más, no vaya a ser que le reviente las ventas (eso y que sería incapaz de transcribirlo, para qué nos vamos a engañar… a lo mejor dentro de poco, tras mis clases de literatura creativa…).

Con la tarta de limón, la segunda sorpresa: las velas del happy birthday para el invitado, que sopló acompañado del canturreo con nuestras angelicales voces. 

Y la tercera: el regalo. Una práctica bolsa de agua caliente (de la época de la “generation perdue”) para que sus piececillos no sufran los rigores del invierno hispalense. Todo un detalle que disfrutaré yo también.

Con los postres vinieron las propuestas. Bueno, la propuesta (una de las más malignas comensales, cuyo nombre no diré, me dijo que pusiera en el acta: “y por coj…nes vamos a leer:”). Y es que Pilar nos propuso un plan tan fantástico que respaldamos como corderillas. ¡Un libro surcoreano! ¡para que disipemos todas nuestras dudas sobre la forma de vida surcoreana! ¿Quién se puede negar a eso? Creo que más expectación que el libro despertó nuestra próxima invitada, a la que Pilar definió con muchísimo entusiasmo, porque lo comentaremos con una surcoreana auténtica, cosmopolita a más no poder.

Y así acabó la fiesta. Sin gintonics ni nada. Qué se le va a hacer. Quizás no queríamos parecernos demasiado a Zelda. 

Lo que sí es verdad es que siempre que acaba una cena me quedo como Ernest: "Al terminar un cuento me sentía siempre vaciado y a la vez triste y contento, como si hubiese hecho el amor"... ¡Hoy Libro es una fiesta!

jueves, 21 de febrero de 2013

MINUTOS MUSICALES CÁNTABROS

POR LA PRESENTE SOLICITO A CARMIÑA QUE, YA QUE HA SIDO LIBERADA DEL ACTA, NARRE LA JUGOSA ANÉCDOTA DE LA HEIDI QUE NO GANÓ UN POLLO CON SUS ALBARCAS CANTANDO POR MANOLO ESCOBAR...

MIENTRAS LO HACE, Y PARA QUE LE SIRVA DE INSPIRACIÓN, AQUÍ VAN UNOS MINUTOS MUSICALES.


martes, 19 de febrero de 2013

TENEMOS PRECENA . ¿OS APUNTÁIS?


¿Os apuntáis a la precena?
¿Sí?
Entonces, os espero a las 8 en punto a la entrada de la Casa de la Provincia, en la plaza del Triunfo, para ver la exposición de Jorge Camacho, de quien se ha dicho es el último gran pintor surrealista latinoamericano.
Os incluyo enlace para que os informéis más ampliamente:


Esta visita sirve de anzuelo para, posteriormente, hablar de un autor cuya obra me gustaría traer a Hoy Libro.

Para las que no podáis o no os apetezca este aperitivo, os informo de que la cena de este mes de febrero es en el restaurante MACCHERONI & CO, en la calle García de Vinuesa 26/28 a las 9 de la noche.

Jorge Camacho en el país

domingo, 17 de febrero de 2013

SYLVIA BEACH EN PARIS

El 1 de febrero de 1922, en París, Sylvia Beach esperaba en la Gare de Lyon una encomienda enviada por el impresor Maurice Darantière. Aquella mañana, un funcionario bajó del tren y le entregó el paquete con los dos primeros ejemplares de Ulises. Justo al día siguiente su autor, James Joyce, cumpliría cuarenta años. Y Beach, satisfecha, cumplía con el anhelado sueño del escritor.
Beach, quien vivía en París desde 1917, había aceptado con placer su rol de editora, mecenas, agente y hasta secretaria del escritor que tanto admiraba. Una empresa de la que varios habían desistido: los tipógrafos huían del indescifrable manuscrito de Joyce y además temían a la censura.
Pero antes de entregarse al Ulises, Beach adelantaba con obsesión otro proyecto arriesgado: su propia librería. En un principio la joven quería una librería francesa en Nueva York, pero los pocos ahorros de su madre, financista de la empresa, la obligaron a desistir. Entonces, favorecida por el tipo de cambio, invirtió la idea y concibió lo opuesto: una librería inglesa en París. Lo común en aquel tiempo era que una mujer montara un taller de costura o una confitería. Pero Sylvia no seguiría los patrones culturales inculcados por su padre, un pastor de la iglesia presbiteriana. Tampoco sería esposa ni ama de casa.
Pero la librería de Beach no habría existido sin la asesoría de su amiga, y más tarde pareja, Adrienne Monnier, a quien conoció un día de marzo de 1917 luego de leer la revista Vers et Prose distribuida por la librería Monnier. Un impulso inexplicable llevó a Sylvia al número 7 de la rue l’Odéon donde estaba La Maison des Amis des Livres. La joven Adrienne la recibió con cordialidad y de inmediato comenzaron a hablar de literatura. “Amo a América”, le dijo, a lo que Beach respondió: “Y yo amo a Francia”, sellando con esas palabras una amistad amorosa que duró hasta el suicido de Monnier en 1955.
Para ese momento, Adrienne tenía cuatro años como librera, y su habilidad para echar adelante el negocio en plena guerra era su mayor fortaleza. Por eso se convirtió en guía de una novata y aventurera como Beach. Fue Adrienne quien consiguió la primera sede de Shakespeare and Company, en la rue Dupuy-tren: un local que había funcionado como lavandería y era perfecto para dar los primeros pasos. Ese mismo día le envío a su madre un conciso telegrama: “Abro librería en París. Enviar dinero”.
París –y sobre todo la Rive Gauche donde se instalaba la librería– era un hervidero cultural cuando Shakespeare and Company abrió sus puertas el 17 de noviembre de 1919. En la ciudad se respiraba un aire de tolerancia y libertades que atrajo a artistas, cineastas y escritores. Y la librería se convirtió rápidamente en un club de lectura y de amigos donde recalaban los compatriotas de Beach de paso por París. Su amiga Morril Codi llamó a Shakespeare and Company “cuna de la literatura americana” y lo describió como “un almacén con personalidad”.
“Como imaginaba, en París era más fácil prestar libros que venderlos”, escribe Sylvia Beach en sus memorias. Lo decía porque las ediciones de escritores modernos, que exigían el cambio de libras esterlinas o dólares a francos, eran lujos que los franceses no podían darse. Por eso su negocio se basaba más en préstamos que en ventas. Todos los abonados podían llevar uno o dos libros por un máximo de quince días; excepto Joyce, que se llevaba una docena y los devolvía al año.
En poco tiempo la librería recibió a personajes que harían parte de la historia y darían fama al lugar. Uno de los primeros fue Ezra Pound. De él escribe Beach: “No era el tipo de escritores que habla de sus libros o de los libros de los otros. Encontré un hombre modesto que solo se vanagloriaba de sus habilidades como carpintero”. Siguió el resto de la generación perdida: Hemingway (quien se bautizó a sí mismo como “el mejor cliente”, ya que además de ser asiduo visitante pagaba en dólares); John Dos Passos, Francis Scott Fitzgerald. Pero también T.S. Eliot, Djuna Barnes, George Moore, Gertrude Stein y su pareja Alice B. Toklas. Y la lista se extiende a los franceses: Paul Valéry, André Gide, Valéry Larbaud. Todos, más que clientes, llegaron a ser amigos de la dueña.
Genio en París
Pero su visitante más insigne, y el que cambiaría el rumbo de su vida, fue James Joyce. Beach lo conoció en una reunión en 1920: “Tuve conciencia de estar frente a un genio, y no había conocido ninguno con quien fuera tan fácil hablar”. Beach le habló de su librería y él inmediatamente sacó una libreta y, acercándosela exageradamente a los ojos, anotó la dirección y prometió una visita que cumplió dos días después. “Todo en él indicaba que era un hombre de excepcional sensibilidad. Pensé que de joven debió ser muy bello. Se expresaba con simplicidad, escogiendo cada una de las palabras”.
Lo que siguió es material para muchas páginas: la odisea de editar Ulises, el libro que Joyce había empezado hacía siete años y que todavía no terminaba, en parte por la dificultad que tenía al escribir: un glaucoma le impedía ver con claridad, y se negaba a dictar el relato. Prefería batallar a solas con cada una de las palabras escritas de su puño. Joyce había gastado sus ahorros en la mudanza a París. Sin trabajo y con una familia que mantener, su situación económica era muy precaria. Las finanzas de Beach no estaban mucho mejor, pero su idea de editar el libro le gustó a Joyce. La edición se financió gracias al dinero de unos mil suscriptores que ella consiguió.
Mientras Joyce le dedicaba diecisiete horas al día al Ulises, sin ganar dinero, la editora se veía en el deber de sufragar sus gastos. Entre Beach y Joyce nunca hubo cuentas claras. Según ella, el escritor no quería oír hablar de contratos. Sin embargo, la editora cubría los gastos bajo la forma de préstamos que el escritor devolvía, pero con el tiempo, los “préstamos” se convirtieron en “adelantos” sobre la venta del Ulises. “Yo había asumido la publicación del libro y lo debía hacer a costa de lo que fuera, además de mantener la librería. Empezaba a temer que todos caeríamos en bancarrota”, escribió.
Sin embargo, Sylvia hizo todo con un placer inmenso y desinteresado: “Desde el principio comprendí que trabajar con Joyce, o para él, significaría para mí un placer infinito; el provecho sería para él”. Joyce parecía valorar su esfuerzo más que ella misma: “Lo que ella hizo fue nada menos que regalarme los diez mejores años de su vida”, le dijo el irlandés a su amiga María Jolas.
Una vez impresas las mil copias, el éxito del libro fue imparable. La librería se convirtió en la oficina de Joyce: allí iban a buscarlo turistas, amigos, fans y periodistas. A nadie parecía importarle que aquella primera edición –732 páginas empastadas– estaba plagada de errores (hasta seis errores por página­). S&C publicó en total once reimpresiones de Ulises, y alcanzó las ventas de varios miles de ejemplares.
Pero Beach nunca disfrutó del éxito económico: un año después del crack de Wall Street, estaba al borde de la quiebra. En 1931 despidió a su ayudante, vendió su carro y pidió préstamos a amigos y a su madre para pagar las deudas de Joyce. Con la crisis los clientes disminuyeron, pero S&C siguió adelante.
Los contrastes de Sylvia
Escribe Noel Riley en su libro sobre Sylvia Beach y la generación perdida: “Sylvia se cortaba el pelo, nunca llevaba maquillaje e insistía siempre en que le hiciesen las faldas cortas para tener más facilidad de movimientos y en que les pusiesen bolsillos. Le encantaba hacer juegos de palabras, citar versos cómicos y gastar bromas”.
Los aspectos de su personalidad fueron descritos más por sus amigos y biógrafos que por ella misma en sus memorias, donde la gran protagonista es la historia de su librería y de los escritores célebres que la frecuentaron. Janet Flanner en su ensayo en memoria de Beach escribe: “Sylvia tenía una mente clara y vigorosa, una excelente memoria, un enorme respeto por los libros como objeto de civilización. Y fue, sin duda, una gran librera. Adoraba la palabra impresa y los libros que atestaban sus estanterías”.
En Sylvia se conjugaba una profunda contradicción: mientras era a los ojos de todos una mujer liberada de la familia y el matrimonio, en el fondo era una mujer que se reprimía físicamente y le costaba asumir su lesbianismo. Aunque vivieron juntas diecisiete años, la relación con Adrienne estaba marcada por el recato y la moralidad: “No sé si sería por mi educación puritana, pero el caso es que cuando yo andaba por los trece años mi madre me dijo que no dejase nunca que un hombre me tocase, y siempre tuve físicamente miedo a los hombres. Probablemente a esto se debe que viviese feliz tantos años con Adrienne”.
Sylvia se refería a sí misma como “un cansado empresario”. Su vestuario para la época, sobrio y práctico, era considerado como “hombruno”. Se expresaba en un francés fluido y casi sin acento, y se daba el lujo de inventar palabras mezclando el francés y el inglés –los llamados “sylvismos”– con “un exquisito sentido del lenguaje”, según escribió Adrienne.
Explica Shari Benstock en su libro Mujeres de la Rive Gauche. Paris 1900-1940 que el gran éxito de Adrienne y Beach se debió a la negativa de ambas a comprar ningún libro que previamente no hubiesen leído: “La historia literaria ha reconocido que ambas fueron mucho más que simples libreras. Hicieron de una profesión ordinaria algo extraordinario. Y sin embargo, sus logros han sido considerados más en un plano práctico y personal que intelectual y artístico”.
El fin de Shakespeare and Company llegó en 1941, cuando un oficial alemán pidió, en perfecto inglés, que le vendiera el ejemplar expuesto en vitrina de Finnegans Wake, de Joyce. “No está en venta”, dijo Sylvia. Y ante la insistencia del hombre, ella explicó que era el último ejemplar y quería conservarlo. “¿Para quién ”, preguntó el oficial. “Para mí”, dijo ella. A esto siguió una amenaza de confiscación que se cumplió días después. Cuando llegaron las tropas, la librería había sido desmantelada por su dueña y no quedaba ni el cartel. A falta de libros se la llevaron a ella, rumbo a un campo de concentración al sur de París, donde estuvo seis meses. Sylvia Beach salió en libertad y volvió a la rue l’Odeon donde había vivido siempre, pero Shakespeare and Company nunca más abrió sus puertas. No en esa calle.
En 1951, Georges Whitman, también un expatriado americano, abrió una librería en el 37 de la rue de la Bûcherie, frente a Notre Dame, a la que llamó Le Mistral. Hace cincuenta años, en 1962, el año en que murió Sylvia Beach, y en homenaje a ella, Whitman cambió el nombre por el de Shakespeare and Company. El librero murió en el 2011 pero S&C sigue en pie y todavía es atendida por Sylvia Beach, pero no la audaz americana y la editora del Ulises, sino Sylvia Beach Whitman, la hija del señor Whitman, que decidió, como homenaje póstumo, bautizarla con el nombre de su predecesora.

jueves, 14 de febrero de 2013

CONVOCATORIA CENA 20 DE FEBRERO DEL AÑO EN CURSO


Carnavales, día de los enamorados...

Mes del nacimiento de la Primrose, del camino de salida del invierno, el mes en el que nacen más niños  de todo el año del mundo mundial…

 ... El mes de la cena de Hoy libro… ¿Algún mes da más?

¡¡¡Viva  Febrero!!! El mes más chulo,  más corto,  más trabajador,  más…  más cercano porque estamos metidos en él hasta el cuello je je.

Chicas, apuntaos ya a la cena de Febrero que será apoteósica, inolvidable, inigualable, inconmensurable, única, con actividad precena que os será comunicada en breve en esta entrada.

No perdáis un segundo. Tenéis hasta el próximo miércoles, 13 de febrero, obviously.


Ya llegó el 13 de Febrero. 
¿Y? 
¿Sólo 4 y la invitada? ¿Estáis de broma o, simplemente poniendo a prueba mis indestructibles nervios?
 ¿A qué estáis esperando para apuntaros a la cena, mujeres lectoras?
 ¿Os estáis dejando arrastrar por este ambiente de apatía innecesaria, chorizos a porrillo, crisis a destajo, desahucios abochornantes, desesperanza inoportuna...? 
¿Estáis, tal vez, aburridas como la Gioconda en el Louvre cuando se van los turistas y se queda sola?



¡Ya está bien!. Poneos las pilas, dejaos de tonterías, acabad de leer "París era una fiesta" de una puñetera vez y apuntaos a la cena del próximo miércoles YAAAAAAAA, que tengo que reservar y necesito saber que vais todas.
¡¡Venga!! ¡¡¡Venga!!! ¡¡¡¡¡Venga!!!!! Ya estáis tardando.


ASISTENTES:
1. PILAR
2. CRISTINA
3. INVITADO/A
4. MARGA
5. JULIA CARLOTA
6. ÁNGELA

7. MARÍA DEL MAR
8. ELENA

FALTA POR CONFIRMAR: ADELA

MINUTOS MUSICALES MARIPOSILES

miércoles, 13 de febrero de 2013

LECTORAS CON ARTE. FEBRERO

Comienza el capítulo dedicado a Scott Fitzgerald con el siguiente párrafo en cursiva:
“Su talento era tan natural como el dibujo que forma el polvillo en un ala de mariposa. Hubo un tiempo en que él no se entendía a sí mismo como no se entiende la mariposa, y no se daba cuenta cuando su talento estaba magullado o estropeado. Más tarde tomó conciencia de sus alas vulneradas y de cómo estaban hechas, y aprendió a pensar pero no supo ya volar, porque había perdido su amor al vuelo y no sabía hacer más que recordar los tiempos en que volaba sin esfuerzo”.

Esta frase en la que compara el talento de Scott Fitzgerald con el ala de una mariposa me hizo reflexionar sobre la diferencia que hay entre volar y desplazarse. Al leerla se me disparó la imaginación. 


A veces la vida te zarandea y te sientes tan magullada que de pronto, un día, te das cuenta que las alas que antes te servían para hacer piruetas con el viento, ahora apenas te sirven para desplazarte. Una suave melancolía te envuelve, y añoras aquellos tiempos, con la esperanza y la ilusión puestas en volver a esa normalidad tan anormal ahora. Pero no puedes hacer otra cosa. Te desplazas.

Y añoras. Yo de pronto he recordado cuando multicolores mariposas alborotaban con sus alas este jardín. Ahora algunas estamos tan maltrechas que simplemente nos desplazamos por él, o ni siquiera nos quedan energía para ello. Quizás vayamos poco a poco recuperando nuestras alas. Quizás no.

Pero desde luego hay que intentar remontar el vuelo, o por lo menos hacer alguna pirueta de vez en cuando. Yo me pongo a ello siguiendo el consejo de Ernest: “El trabajo lo cura casi todo, pensaba yo entonces y lo pienso ahora”. Qué mejor manera de intentarlo que retomar nuestras lectoras con arte, que tantas horas de vuelo nos han dado.

Además lo he tenido muy fácil porque en el libro del mes hay varios candidatos de los que poblaban el bohemio París de los años 20. Muchos de ellos acabaron también con las “alas vulneradas y maltrechas”, incluso el propio Hemingway se suicidó antes de ver publicada esta obra. Dos de los pintores que salen en las páginas retrataron en sus lienzos a mujeres lectoras, que este mes son tres. He pensado que las voy a poner a todas, a ver si con tanta flor nos resulta más fácil desplazarnos a las lindas mariposillas con menos esfuerzo.

Al primero parece que Tatie no le tenía en muchas estima: “Nunca he conocido a nadie tan repelente”, nos dice, “daba grima mirarle”. Se refería a Wyndham Lewis, un personaje que, a pesar del retrato que se hace de él en el libro, parece que fue un hombre fascinante: atractivo, rico, de buena familia... aunque con un temperamento tan endemoniado que conmocionó los cimientos de la puritana sociedad victoriana. Escribió una autobiografía que llamó “Estallidos y bombardeos”, y en ella se definía como: “novelista, pintor, escultor, filósofo, dibujante, crítico, político, periodista, ensayista, panfletista, todo en uno, como esos hombres del Renacimiento italiano".

Lewis nació en 1882 a bordo del yate de su padre, cerca de la costa estadounidense de Nueva Escocia. En 1893 sus padres se separan y su madre se traslada con él a Inglaterra. De 1901 a 1909 se estableció en París, y pronto alcanzó cierta reputación dentro de los movimientos de vanguardia. Regresa a Inglaterra con el deseo de renovar el arte inglés, y en 1913 fundó junto con Ezra Pound el Rebel Art Center, y en 1914 difundió a través de la revista Blast un movimiento llamado “vorticismo”, un estilo de pintura geométrica abstracta, concebido como reacción al movimiento futurista de los artistas italianos. Durante la I Guerra Mundial sirvió como artillero. Sus novelas son una burla salvaje a la sociedad de la época, y como crítico no cesó de atacar a Virginia Woolf, James Joyce, D.H. Lawrence y William Faulkner. Decía que "Lo cómico es el resultado de la observación de una cosa que se comporta como una persona". Durante la II Guerra Mundial residió en Estados Unidos. En 1954 se quedó ciego, y murió en 1957 de un tumor cerebral en el Hospital de Westminster.

Tras conocer todos estos datos sobre su vida me puse a curiosear su obra, y me encontré con esta lectora que parece algo enfadada... aunque mirándola bien ¿es lectora o escritora? ¿estará anotando alguna errata en el gran libro que tiene entre las manos?, ¿o estará poniendo un poco de orden en sus pensamientos antes de seguir redactando?. Otra cosa que me llama la atención es su vestimenta, que más parece de un convento que del loco París de los años 20... y más con el crucifijo que tiene a sus espaldas ¿Será una monja o una colegiala? ¿No es un poco incómoda la postura en la que tiene el libro? ¿qué es eso que hay en el tapete?




El otro candidato “era un pintor muy bueno y estaba borracho, de una borrachera sostenida y deliberada y llena de sentido". "Llevaba el sombrero hacia atrás, encasquetado en la nuca. Se parecía más a un personaje de revista de Broadway a fines de siglo, que a un pintor excelente como era, y luego, cuando se hubo ahorcado, me gustaba recordarle tal como estaba aquella noche en el Dôme".

Era Julius Pincas, un pintor búlgaro, hijo de un padre judío sefardí y una madre serbo-italiana. Adoptó el seudónimo de Jules Pascin después de llegar a París en 1905, cuando ya era un caricaturista de éxito en Alemania. En 1907 conoció a la pintora Hermine Lionette Cartan David, y se hicieron amantes. Pascin se marchó a Estados Unidos en 1914, y ella se reunió con él poco después. Vivieron allí hasta 1920, escapando de la Primera Guerra Mundial, y se casaron en el ayuntamiento de Nueva York. Adoptó la ciudadanía estadounidense, pero en Francia era todo un símbolo de la comunidad artística de Montparnasse.

Tocado con un sombrero hongo, resultaba una presencia ingeniosa en los bares favoritos de la bohemia parisina. Destacaban sus dibujos y acuarelas, muchos de ellos retratos femeninos, como los que le hizo a su mujer, Hermine David, y su amante Lucy Krogh. Tuvo una infancia muy represiva en una familia tradicional judía, y le obligaron a abandonar a su primera amante por ser mayor que él. Tenía tanta necesidad de cariño y compañía que organizaba continuos jolgorios para estar siempre acompañado de amigos, y se ganó el título de Príncipe de Montparnasse y Príncipe de los tres montes. Quería convertirse en un pintor serio pero con el tiempo se deprimió profundamente al ser incapaz de lograr un éxito de crítica. Durante los años 20 pintó sobre todo frágiles "petites filles", prostitutas esperando a clientes, o modelos esperando a que acabe el posado. Todo el dinero que ganaba vendiendo sus pinturas lo gastaba con rapidez en las numerosas fiestas que daba en su piso, grandes y escandalosas, o comprando muchas botellas de vino para las fiestas en las que era invitado, o en los picnics estivales que organizaba a orillas del Marne, con excursiones que duraban toda la tarde.

Tras su brillantez se escondía una mente torturada. Era depresivo y alcohólico. Se suicidó en 1930, con 45 años, en vísperas de una prestigiosa exposición individual, cortándose las venas de las muñecas y ahorcándose en su estudio de Montmartre. Sobre la pared dejó un mensaje escrito a su amante, Cecile (Lucy) Vidil Krohg, con su propia sangre: “Adiós, Lucy”.

Dejó la mitad de su patrimonio a Lucy y la otra mitad a su esposa, Hermine David.

El día de su funeral cerraron todas las galerías de París. Miles de conocidos de la comunidad artística junto a docenas de camareros de los restaurantes y los salones que frecuentaba, todos vestidos de negro, caminaron detrás de su ataúd a lo largo de los casi cinco kilómetros desde su estudio en el bulevar de Clichy, número 36, al cementerio de Saint-Ouen.

Lo que más me ha llamado la atención es la diferencia en los retratos de sus dos mujeres. En esta, la primera, retrata a su mujer leyendo en una sobria habitación. Detrás, una cama con un canotier sobre una colcha rosa ¿será de él? Ella viste una recatada camisa blanca con un collar negro. Su mirada permanece fija en el papel que tiene entre las manos. 





Contrasta bastante con el retrato que le hizo a su amante, Lucy, donde la mesa está llena de cosas. Bajo la mesa se vislumbran sus piernas. Ella viste de forma más "descocada", y su pensativo rostro está pintado con más colorido y una pincelada más suelta. ¿Reflejo de su relación con ella?


Espero que estas tres mujeres lectoras os inspiren y os den alas. Aunque sólo provoquen un leve aleteo, puede ser el principio de algo, y espero de todo corazón que la primavera nos traiga un renacer de multicolores mariposas que alegren este jardín que sin ellas no es el mismo.

lunes, 11 de febrero de 2013

EZRA POUND

El País. Sábado, 24 de julio de 2010

Reportaje: MITOLOGÍAS

Ezra Pound: santo laico, poeta loco
Manuel Vicent

El escritor demostró desde el principio que su audacia literaria no tenía límites. Y su alma, entre el egocentrismo legendario y la generosidad sin límites, tuvo siempre dos vertientes: una le llevaba a la santidad; otra, a cometer cualquier bajeza.

La mezcla de un santo laico y de un poeta loco da como resultado un profeta. Hubo uno que se llamó Ezra Pound. Nació por casualidad el 30 de octubre de 1885 en el poblado perdido de Hailey, en Idaho, profundo Oeste de Norteamérica, donde su padre fue a inspeccionar una mina de oro de su propiedad, pero a los seis meses lo devolvieron a Nueva York y allí paseó la adolescencia como un perro urbano sin collar ni gloria alguna. Se licenció en lenguas románicas por la Universidad de Pensilvania. Fue maestro de escuela, recusado muy pronto por raro. Tuvo una primera novia, Mary Moore, que un día le preguntó por su casa. Ezra contestó que su casa era solo su mochila y cargó con ella. Cuando su madre, Isabel Weston, abandonada por el marido, se recluyó en un asilo, el poeta, con 20 años, cogió los bártulos y se fue a Inglaterra en busca de los escritores y otros colegas que admiraba, Joyce, D.H. Lawrence, Eliot, Yeats, y compartió con ellos la admiración con la emulación, alimentado solo con patatas. Desde el principio demostró que su audacia literaria carecía de límites. Yeats le entregó unos poemas para que los mandara a la revista Poetry de Chicago y el joven discípulo se permitió corregirle algunos versos de propia mano antes de ponerlos en el correo. Después del ataque de cólera, Yeats admitió que las correcciones habían mejorado el original y añadió: "Ezra tiene una naturaleza áspera y testaruda, y siempre está hiriendo los sentimientos de las personas, pero creo que es un genio".

Parece que este zumbado vino al mundo, como los fieros catequistas, con el único propósito de hacer cambiar de opinión o de convencer de algo inútil a cuantos le rodeaban, siempre y en cualquier lugar, un empeño que estuvo a punto de llevarle ante el pelotón de fusilamiento. Fue uno de esos tipos que luchan denodadamente a lo largo de la vida para alcanzar el propio fracaso y no cesan de combatir hasta conseguirlo. Ezra Pound inició su aventura literaria en Londres, la siguió en el París de entreguerras, luego en Rapallo, después en el manicomio penitenciario de St. Isabel en Washington, donde estuvo condenado 12 años por traición a la patria, y finalmente entregó su alma atormentada en Venecia el 1 de noviembre de 1972.

La primera regla era hacerse notar, bien por la suprema actitud de desvivirse siempre por sus colegas, bien por cometer cualquier excentricidad que le hiciera visible en todo momento, entre aristócratas y bohemios. Durante un banquete en Londres en homenaje a D. H. Lawrence, sintió que Yeats estaba acaparando toda la atención. Para contrarrestar esta pequeña gloria, a la hora de los postres Ezra Pound se comió un tulipán rojo del ramo que adornaba la mesa y viendo que no era suficiente con uno se comió otro más y no cesó de comer flores hasta reclamar todas las miradas. Total para nada, pero al final en aquel banquete levantó una buena pieza, la que sería su mujer, Dorothy, hija de la aristócrata Olivia Shakespear, amante de Yeats.

Se consideraba un hombre reducido a fragmentos e imaginaba el universo como un poema roto. Para recomponerlo lo reducía todo a poesía, su propia vida, las noticias de los periódicos, los datos de la economía, los episodios de la Biblia, las cotizaciones de Wall Street, los partes meteorológicos, la filosofía de Lao Tse, el carro de la basura, la gloria de los griegos y todos los desechos de la historia. Metabolizaba textos ajenos, aspiraba el detritus que el ganado humano iba dejando a su paso y convertía cada mínimo excremento en una punta de diamante, como si recogiera todo el material que había quedado fuera de la Divina Comedia para someterlo a ritmo interno y forma libre.

Pero en medio de esta elevada vorágine del espíritu tuvo una bajada. Un día se hartó de ser pobre y volvió a Nueva York tentado por el dinero crudo. A medias con un socio tostado como él emprendió un negocio de medicamentos antisifilíticos para vendérselos a los ricachones de África. La ruina le llevó de nuevo a la poesía y esta al París del Barrio Latino, años veinte, y allí formó parte de la Generación Perdida en torno a la gallina clueca de Gertrude Stein y de la celeste librera Sylvia Beach, junto con Dos Passos, Scott Fitzgerald y la recua de pintores de Montparnasse. Aunque Hemingway había dicho que Ezra tenía ojos de violador fracasado, luego en 1925 escribió: "Pound, el gran poeta, dedica una quinta parte de su tiempo a su poesía y emplea el resto en tratar de mejorar la suerte de sus amigos. Los defiende cuando son atacados, hace que las revistas publiquen obras suyas y los saca de la cárcel. Les presta dinero. Vende sus cuadros. Les organiza conciertos. Escribe artículos sobre ellos. Les presenta a mujeres ricas. Hace que los editores acepten sus libros. Los acompaña toda la noche cuando aseguran que se están muriendo y firma como testigo sus testamentos. Les adelanta los gastos del hospital y los disuade de suicidarse. Y al final algunos de ellos se contienen para no acuchillarse a la primera oportunidad". De hecho Pound reunió el dinero que permitió a Joyce terminar el Ulises, aunque luego no pudiera soportar la fama que estaba acaparando el libro. Antes ya le había ayudado a publicar Retrato de artista adolescente por capítulos en la revista americana The Egoist.

Entre su egocentrismo legendario y la generosidad sin límites, el alma de Ezra Pound tuvo siempre dos vertientes: una le llevaba a la santidad; otra, a cometer cualquier bajeza. De la misma forma que no encontraba barrera alguna entre la prosa y el verso, tampoco distinguió el judaísmo de la usura y la estética fascista de la redención de la especie humana. Un día le dio por la economía y la política y la emprendió con ellas como un filósofo individualista, esteta desesperado, socialista aristocrático y anticapitalista. Había asistido a la marcha de Mussolini sobre Roma. Comenzó a clamar contra los que se lucraban con el trabajo ajeno, y su propia exaltación poética le llevó a atacar la plusvalía y los préstamos usureros que practicaban los judíos. De pronto, en 1939 se encontró ante un micrófono en Italia transmitiendo por Radio Roma alegatos fascistas contra su propio país, primero bajo su firma, luego con soflamas anónimas. Cuando el Ejército norteamericano invadió Italia, el poeta fue apresado y primero lo exhibieron públicamente en una jaula como a un mono durante varias semanas en Pisa. Después lo llevaron a Washington para ser juzgado como traidor a la patria. Los amigos le echaron una mano. Se prestaron a testificar que ya era un demente en Londres y en París. El juez asumió estos testimonios en su veredicto y lo salvó de morir fusilado a cambio de pasar 12 años encerrado en un manicomio. Y al final de esta condena un juez llamado Bolitha J. Laws, en 1958, lo volvió a declarar loco, pero inofensivo, y lo dejó en libertad, con la barba ya florida de ceniza. Y entonces Pound anunció: "Cualquier hombre que soporte vivir en Estados Unidos está loco" y se fue a Italia. Murió en Venecia a los 87 años en brazos de su hija. Poco antes se paseaba por el jardín entonando sus excelsos cantares rotos e inconexos como si aún estuviera exhibido en público como un mono en la jaula. En realidad solo fue un incendiario que trató de quemar el mundo con sus versos.

miércoles, 6 de febrero de 2013

Cita con Sansegundo

 

Compañía Nacional de Teatro Clásico: “La vida es sueño” de Calderón de la Barca. Del 06/02/2013 al 10/02/2013

 




El Teatro Lope de Vega presenta la obra de la Compañía Nacional de Teatro Clásico hecha por Calderón de la Barca "La vida es sueño" dirigida por Helena Pimenta. Calderón encontró la forma exacta para expresar una experiencia universal: la que hace quien, al mirar a su alrededor, se pregunta si vive o si sueña. Tampoco hay en nuestro teatro otro personaje en que descubramos la frágil belleza de lo humano como la reconocemos en Segismundo. 
Con: Marta Poveda, David Lorente, Blanca Portillo, Fernando Sansegundo, Rafa Castejón, Pepa Pedroche, Joaquín Notario, Pedro Almagro, Ángel Castilla, Óscar Zafra, Alberto Gómez, Anabel Maurín, Mónica Buiza, Damián Donado, Luis Romero, Daniel Garay / Mauricio Loseto, Juan Carlos de Mulder / Manuel Minguillón, Anna Margules / Daniel Bernaza, Calia Álvarez / Ana Álvarez

 

Precio: De 4,00 a 21,00 € Horario: 20,30h Domingo: 19,30h

 

En la cena quedamos en que íbamos a ver  a Fernando Sansegundo en “La vida es sueño” el miércoles día 6. 

LA FECHA LÍMITE DE CONFIRMACIÓN ES EL LUNES POR LA NOCHE, para sacar las entradas. 

domingo, 3 de febrero de 2013

REUNIÓN ASOCIACIÓN





EL LUNES 4, A LAS SIETE DE LA TARDE, REUNIÓN DE LA ASOCIACIÓN HOY LIBRO EN CASA DE LA SECRETARIA, PILAR, PARA IR CERRANDO TEMAS.


SE RUEGA COMUNIQUÉIS TANTO SI VAIS COMO SI NO





SEGUNDA CONVOCATORIA:

Lunes día 11 DE FEBRERO, en el mismo sitio y a la misma hora, como dice la canción.

viernes, 1 de febrero de 2013

PARÍS ERA UNA FIESTA

París era una fiesta, el primer escrito de Hemingway que vio la luz póstumamente, despliega el mítico panorama de la ciudad de París, la capital de la literatura americana hacia 1920. La obra es una mezcla fascinante de paisajes líricos y agudamente personales, con otros más contundentes y anecdóticos en torno a sus años de juventud en aquel encantado lugar en el que fue «muy pobre pero muy feliz», en un tiempo de ilusión entre dos épocas de atrocidad.
  
Diario del hombre y del escritor, crónica de una época y una generación irrepetibles, este texto alinea en sus páginas a figuras como Gertrude Stein, Ezra Pound, Scott Fitzgerald o Ford Madox Ford. El París cruel y adorable, poblado por la extraordinaria fauna de la «generación perdida» y sus precursores, el ideal de juventud para Hemingway, protagoniza este vivaz testamento tan entremezclado de realidad, deseo y remembranza que Manuel Leguineche prologa sin escatimar entusiasmo en la edición de Seix Barral.




Ernest Hemingway
(Ernest Miller Hemingway; Oak Park, 1899 - Ketchum, 1961) 

Narrador estadounidense cuya obra, considerada ya clásica en la literatura del siglo XX, ha ejercido una notable influencia tanto por la sobriedad de su estilo como por los elementos trágicos y el retrato de una época que representa. Recibió el premio Nobel en 1954.
Ya se había iniciado en el periodismo cuando se alistó como voluntario en la Primera Guerra Mundial, como conductor de ambulancias, hasta que fue herido de gravedad. De vuelta a Estados Unidos retomó el periodismo hasta que se trasladó a París, donde alternó con las vanguardias y conoció a E. Pound, Pablo Picasso, J. Joyce y G. Stein, entre otros. Participó en la Guerra Civil Española y en la Segunda Guerra Mundial como corresponsal, experiencias que luego incorporaría a sus relatos y novelas.
Él mismo declaró que su labor como periodista lo había influido incluso estéticamente, pues lo obligó a escribir frases directas, cortas y duras, excluyendo todo lo que no fuera significativo. Su propio periodismo, por otra parte, también influyó en el reportaje y las crónicas de los corresponsales futuros.
Entre sus primeros libros se encuentran Tres relatos y diez poemas (1923), En nuestro tiempo (1924) yHombres sin mujeres (1927), que incluye el antológico cuento "Los asesinos". Ya en este cuento es visible el estilo de narrar que lo haría famoso y maestro de varias generaciones. El relato se sustenta en diálogos cortos que van creando un suspense invisible, como si lo que sucediera estuviera oculto o velado por la realidad. El autor explicaba su técnica con el modelo del témpano de hielo, que oculta la mayor parte de su materia bajo el agua, dejando visible sólo una pequeña parte a la luz del día.
Otros cuentos de parecida factura también son antológicos, como "Un lugar limpio y bien iluminado", "La breve vida feliz de Francis Macomber", "Las nieves del Kilimanjaro", "Colinas como elefantes blancos", "Un gato bajo la lluvia" y muchos más. En algunas de sus mejores historias hay un vago elemento simbólico sobre el que gira el relato, como una metáfora que se desarrolla en el plano de la realidad.
La mayor parte de su obra plantea a un héroe enfrentado a la muerte y que cumple una suerte de código de honor; de ahí que sean matones, toreros, boxeadores, soldados, cazadores y otros seres sometidos a presión. Tal vez su obra debe ser comprendida como una especie de romanticismo moderno, que aúna el sentido del honor, la acción, el amor, el escepticismo y la nostalgia como sus vectores principales. Sus relatos inauguran un nuevo tipo de "realismo" que, aunque tiene sus raíces en el cuento norteamericano del siglo XIX, lo transforma hacia una cotidianidad dura y a la vez poética, que influiría en grandes narradores posteriores como R. Carver.
Uno de los personajes de Hemingway expresa: "El hombre puede ser destruido, pero no derrotado". Y uno de sus críticos corrobora: "Es un código que relaciona al hombre con la muerte, que le enseña cómo morir, ya que la vida es una tragedia. Pero sus héroes no aman mórbidamente la muerte, sino que constituyen una exaltación solitaria de la vida, y a veces sus muertes constituyen la salvaguarda de otras vidas". A este tipo de héroe suele contraponer Hemingway una especie de antihéroe, como su conocido personaje Nick Adams, basado en su propia juventud, y que hilvana buena parte de los relatos como una línea casi novelesca.
Sus novelas tal vez sean más populares aunque menos perfectas estilísticamente que los cuentos. Sin embargo, Fiesta (1926) puede ser considerada una excepción; en ella se cuenta la historia de un grupo de norteamericanos y británicos, integrantes de la llamada "generación perdida", que vagan sin rumbo fijo por España y Francia. En 1929 publicó Adiós a las armas, historia sentimental y bélica que se desarrolla en Italia durante la guerra. En Tener y no tener(1937), condena las injusticias económicas y sociales. En 1940 publicó Por quién doblan las campanas, basada en la Guerra Civil española. Esta obra fue un éxito de ventas y se llevó a la pantalla.
En 1952 dio a conocer El viejo y el mar, que tiene como protagonista a un modesto pescador de La Habana, donde vivió y escribió durante muchos años enfrentado a la naturaleza. Algunos críticos han visto en este texto la culminación de su obra, porque en él confluyen el humanismo y la economía artística; otros, sin embargo, opinan que éste no es el mejor Hemingway, por una cierta pretensión didáctica. Hacia el final de una vida aventurera, cansado y enfermo, se suicidó como lo haría alguno de sus personajes, disparándose con una escopeta de caza. Para muchos, es uno de los escasos autores míticos de la literatura contemporánea.

-ENLACE DE MARÍA NORTE: http://www.monografias.com/trabajos10/parisfin/parisfin.shtml