viernes, 13 de abril de 2012

LECTORAS AL TREN!

¡Piiii, piiiii, lectoras al treeeeen!


Los trenes dan mucho juego simbólico, y se utilizan muchas frases hechas con esa palabra: "no puedo perder este tren", "el tren de la vida", "está como un tren"...


He encontrado una que me encanta: "La lectura es el viaje de los que no pueden tomar el tren", de un tal Francis de Croisset que por más que he buscado quién es y a qué se dedicaba el muchacho, lo único que parece que hizo es soltar frases ingeniosas.


Pues nosotras somos ya unas cosmopolitas lectoras, todos los meses viajamos a bordo del tren de ¡Hoy libro!. Unas veces paramos en más estaciones y en otros el trayecto es más corto, y nos lleva a nuestro destino antes que nos demos cuenta...


De la mano de Iréne Nemirovsky hemos recorrido toda Europa con Lena, la triste y amargada protagonista de “El vino de la soledad”. Empezamos el viaje en Ucrania, con nuestros manguitos de piel de nutria y el pelo alborotado porque “el viento procedía de Asia. Pasaba entre los montes Urales y el mar Caspio y levantaba olas de un polvo amarillento que crujía entre sus dientes”. De allí pasamos a la perturbadora oscuridad de San Petersburgo, donde “el sol apenas aparece, te despiertas, te levantas, comes y trabajas a la luz de las lámparas”. “De las miasmas de las aguas corrompidas de San Petersburgo”, nos deslizamos en un trineo por el blanco manto de la nieve de Finlandia, con las mejillas sonrosadas por la “voluptuosidad del aire puro”; y finalmente, “el vendaval de la revolución, que desperdigó a su capricho a los hombres por la faz de la tierra, mandó a los Karol a Francia”, y a nosotras con ella.

Ha sido un doble viaje, geográfico y vital, porque página a página nuestra niña se iba haciendo mujer en esa época tan convulsa que le tocó vivir a nuestra protagonista.

La pequeña Lena recorrió muchas estaciones a lo largo de su vida, tantas que llega a decir:
"¡Conocía tantas cosas! Había visto tantos países... a veces, tenía la sensación de en su cuerpo vivían dos almas sin mezclarse, yuxtapuestas sin confundirse..."
Cuando llegué a este párrafo supe que había llegado a la estación de la lectora con arte de este mes:
“Boris Karol llegó una mañana de marzo. Más tarde, el rostro de su padre aparecería siempre en su memoria como aquella jornada, rodeado por la agitación y el humo del andén de una estación. Estaba más fuerte y más moreno, y tenía los labios rojos. Cuando se inclinó hacia su hija, ella le besó en la ruda mejilla y de repente experimentó un sentimiento de amor por él que le colmó el corazón de una alegría casi dolorosa, intensa hasta la angustia. Se apartó de mademoiselle Rose y se aferró a la mano de su padre, que le sonrió. Cuando reía, su rostro se iluminaba con un destello de inteligencia y una especie de maliciosa alegría. Elena besó con ternura la hermosa y atezada mano de duras uñas, tan parecidas a las suyas. En ese momento, el estridente y triste silbato del tren, que volvía a partir, rasgó el aire: sería la música de fondo que a partir de entonces acompañaría invariablemente las breves apariciones paternas en su vida...”
¿Dónde había visto yo alguna escena parecida?... una estación oculta entre los vapores de un tren, una niña vestida con sus mejores galas, mirando con ilusión hacia el andén de una estación, agarrada con ansiedad a la reja, quizás esperando que aparezca entre el vapor una cara querida. A su lado, una joven mira al frente, iluminadas las dos con una primaveral luz... Me resultaba tan familiar todo, que rápidamente supe dónde tenía que encontrarla.

Manet. En la estación Saint-Lazare-1873

A los impresionistas le atraían especialmente los temas de la vida moderna, y por eso Manet (1832-1883) le dio tanto protagonismo en este lienzo a la estación de Saint-Lazare, que él contemplaba desde su estudio que estaba ¡en la rue Saint Petersbourg! ¡casualidades de la vida!

Dos figuras aparecen en primer plano, y sus siluetas se recortan sobre el humo blanco del tren. La más mayor era su modelo preferida, Victorine Meurent, -que acababa de regresar a París tras una romántica escapada a América-. Nos mira con su libro abierto entre las manos, mientras duerme en su regazo un cachorrito de perro. De espaldas está Suzanne, hija del pintor Alphonse Hirsch, en cuyo jardín se pintó gran parte de la obra, a excepción de los detalles, que se ejecutaron en su estudio; por lo tanto, se puede considerar esta escena como casi plenairista (pintada al aire libre), siguiendo los dictados del Impresionismo. 

El interés por los contrastes de colores claros y oscuros está siempre presente en su pintura, acentuados por la eliminación de las tonalidades intermedias. Su alta calidad como dibujante le permite mostrar las dos excelentes figuras, empleando una pincelada algo más suelta que de costumbre, aunque continúa interesándose por los detalles: el libro, el perrito, las flores del sombrero o los pendientes de ambas. Tras la verja aparecen las vías, las señales y los edificios a través del vapor, creándose así un interesante efecto atmosférico. La obra fue presentada en el Salón de 1874, junto a otras dos que fueron rechazadas, obteniendo numerosas críticas negativas, entre otras cosas por no saber a qué género artístico pertenecía. Aun así, recibió comentarios que alababan su especial interés por la luz.

1 comentario:

la institutriz dijo...

No, no es que no quiera reunirme con vosotras en el parque, es que desde que su madre le dijo de dónde venían los bebés, Elena no quiere hacer otra cosa más que venir a la estación y esperar a los trenes procedentes de París.