jueves, 19 de agosto de 2010

EL TRONO DE SALINGER... ¡leer para creer!

Como hemos leído a Salinger hace poco, y hemos conocido cosas de su extraña vida, creo que os interesará esta curiosa noticia que he leído por los internetes. Se subasta el "trono" de Salinger en la casa de subastas eBay... ¿que Salinger tenía trono? -dirán las más ingenuas- ¿pues no era una persona sencilla que huyó del éxito y de la vida pública?. Pues sí, queridas amigas, tenía un trono, pero no mejor que el que tenéis vosotras en vuestras casas, reinas moras.

¿Qué pensaría él de esta subasta? ¿y de la publicidad de la casa de subastas, cuando dice: "Quién sabe cuántas de esas historias se concibieron y pasaron al papel mientras Salinger estaba sentado en su trono"?...

Bueno, me dejo de preguntas trascendentales, que a lo mejor alguna de vosotras está deseando pujar para conseguir semejante tesoro... ¿quizás María del Mar para la interminable reforma de su casa? ¿o Pililebe para su nuevo hogar? ¿una que yo sé para que su suegra se "inspire"?... Aquí dejo la información, si alguien lo consigue que me avise, y me invite a ver semejante trono inspirador.




NUEVA YORK (EFE).- Un comercio de antigüedades de Carolina del Norte puso a la venta en la tienda por internet eBay un inodoro que perteneció al escritor J.D. Salinger (1919-2010) y por el que pide un millón de dólares.

"No pierdan la oportunidad de ser propietarios de un pedazo de historia", recomienda en el popular portal el negocio, llamado "The Vault of Forsyth", que asegura haber comprado el objeto en la antigua casa en Nueva Hampshire del escritor fallecido el pasado enero a los 91 años.

Según la descripción en eBay, este inodoro de 1962 fue "propiedad personal y usado durante muchos años" por el autor de "El guardián entre el centeno" y otros clásicos de la literatura estadounidense que durante décadas guardó celosamente su vida privada y se negaba a conceder entrevistas.

Para incentivar la compra, el vendedor también señala que la viuda del escritor "heredó todos sus manuscritos con la idea de publicarlos. Quién sabe cuántas de esas historias se concibieron y pasaron al papel mientras Salinger estaba sentado en su trono".

Como prueba de la autenticidad de la pieza, presenta una carta de la actual propietaria de la antigua casa del escritor en la que se da fe del origen del inodoro.

Desde el fallecimiento de Salinger el pasado 28 de enero han aparecido cartas y otros documentos que han rasgado el velo de misterio que rodeó buena parte de su vida, aunque el objeto puesto hoy a la venta es por ahora el más curioso. EFE

martes, 10 de agosto de 2010

ME GUSTÓ Y LO COMPARTO

MEMORIAS Y ANHELOS DE UN MARCADOR DE PÁGINAS.
Autor: Carlos Otero Couto.
Publicado en "Relatos de verán" en la Voz de Galicia del día 10/8/2010.

Las filigranas de mi talladura apenas son ya visibles, y las vetas originales de mi madera han perdido el barniz que antaño tenían. Estoy desgastado y viejo; pero he vivido lo mío. Desde el día que abandoné la librería del viejo Karel en pleno centro de Praga no he dejado de visitar las entrañas de incontables libros.

Recuerdo bien que me inicié hace ya tiempo en un clásico de Verne, y que al poco de volver de su viaje submarino hube de seguir los pasos del capitán Ahab a bordo del Pequod.
Durante años viví intensamente entre novelas de acción, aventuras de Dumas y narraciones fantásticas como La historia interminable o la interminable historia de El Señor de los Anillos. Lloré con el Corazón de D'Amicis y con Oliver Twist, y compartí el miedo infantil de una niña llamada Ana Frank, a cuya casa de Ámsterdam viajé años más tarde inserto entre las páginas de una edición renovada de los ochenta.

Luego llegaron los cuentos de Poe y Maupassant, y un viejo Hemingway me enseñó en La Habana el mar de sus sueños de pescador. Y junto a tantos otros, me abrigué entre risas con capítulos de El Quijote y con el verbo audaz de un genio llamado Quevedo.

He paseado por los callejones de El Cairo respirando los aromas y las esencias descritas por Mahfuz.

Viví el París de Flaubert y me emocioné en un vagón camino de Roma con las últimas páginas de La sonrisa etrusca. Recorrí el Madrid de los Austrias de la mano de un cartagenero que fue pintor de batallas, y en el eco de una fuente de la Alhambra, creí escuchar la voz de un Boabdil atormentado que lloraba su Granada en un texto de Gala.

Conozco Davos Platz porque viví largo tiempo en el interior de una Montaña Mágica, y he cumplido años siguiendo los pasos de autores consagrados como Cela, Saramago, Delibes o Gabo.
He rivalizado en mi labor con tarjetas de embarque, calendarios, tickets de metro y de tren e incluso con billetes de algún país lejano cuyo nombre nunca pude descifrar.

He trasnochado y he sufrido el calor y la incomodidad de viajar apretado en los bolsillos de una mochila. Pero nada hay como vivir arropado en un lecho de papel y palabras. Solo una cosa pido: no acabar mis días enterrado en la oscuridad de un ejemplar perdido en el último estante de su biblioteca.