jueves, 9 de julio de 2009

TE TOCA... ¡PASO!


Después de soñar con él nos "toca" ahora saber de todo eso que hablaban las tres...

¡que "pasarían" de las cartas, pero de darle a la lengua se pusieron finas...!



El verdadero nombre de Bécquer era Gustavo Adolfo Claudio Domingues. Nació en Sevilla el 17 de Febrero de 1836, siendo el quinto de los ocho hijos de Joaquina Bastida Vargas y de José María Domínguez Insausti Bécquer, pintor sevillano más conocido como José Bécquer, o José Domínguez Bécquer, apellido este último procedente de unos antepasados flamencos establecidos en Andalucía a finales del siglo XVI .

En 1841 se quedó huérfano de padre con tan solo 5 años. Tras cursar los primeros estudios en el colegio de San Antonio Abad, ingresó a los diez años en el de San Telmo con vistas a prepararse a la Escuela Náutica, institución donde se recogían los huérfanos pobres pertenecientes a familias de noble extirpe.

Quizá lo mas destacable de su presencia en San Telmo sea que allí conoció a Narciso Campillo, íntimo amigo suyo, el cual, tras la muerte del poeta, habría de contribuir a destacar del olvido la producción literaria becqueriana y al conocimiento de algunos aspectos de su biografía, particularmente los centrados en los años juveniles y en el nacimiento de la vocación literaria .

En 1847 fallecida su madre en febrero y cerrado en julio el colegio de San Telmo, fue a vivir, Él y su hermano Valeriano, con su tío Manuel Vargas, pero era su madrina Manuela Monnehay quien tenía cierto desahogo económico, quien se preocupaba más directamente de su porvenir. Allí tiene lugar el primer encuentro de Bécquer con lo maravilloso: una espléndida biblioteca que devora en pocos meses y donde están ricamente encuadernadas las obras de Víctor Hugo, de Musset, de Chateaubriand, de Byrón, de Balzac, de Hoffmann, de Espronceda...

A los doce años, siendo un niño aún, escribe Bécquer su primer poema, una "Oda a la muerte de Alberto Lista" , a la moda retórica de la época.

Tenía ya catorce años cuando trató de probar su vocación pictórica, puesto que entonces sueña con ser poeta, pero hay un momento de su adolescencia en que parece que su carrera va a se la de pintor, como su padre y su hermano mayor, Valeriano, a quien siempre se sintió muy unido .

En 1852, tras pasar por el taller de pintura de Antonio Cabral Bejarano, comenzó estudios pictóricos en el de su tío Joaquín Domínguez Bécquer, donde ya su hermano Valeriano se abría paso entre el color, la luz y la forma, pero su mayor inclinación hacia la literatura, y los consejos de su tío, quien costeó los estudios de latinidad, le indujo a proseguir por el camino de las humanidades.

En este mismo año, iniciado ya el temblor adolescente, escribió un diecisiete de Septiembre el primer poema amoroso que se conserva: “Oda a la señorita Lenona, en su partida“.

Poco después logró que el periódico local “La Aurora“ publicará sus primeros tanteos literarios. Son tiempos de recitación nocturna y aquelarre poético. Se reunían Campillo, Julio Nombela, a quien Gustavo Adolfo había conocido mediante la presentación del Director de “La Aurora” y Bécquer, para leer sus composiciones y guardar en una arqueta de madera las que unánimemente eran juzgadas como dignas de ser rescatadas del olvido, con el único equipaje de su juventud y ansia de gloria -la arqueta, mágico talismán de versos, llegaría más tarde de la mano de Campillo-, y los consabidos 30 duros que su tío Joaquín le proporcionó, Bécquer llegó a Madrid en Otoño de 1854.

Por otra parte, allí se había adelantado ya -desde hacía 3 meses, junio de 1854- Julio Nombela y dos poemas publicados en la Revista madrileña “El tronco” y “La Nobleza”: un “Soneto” y el romance “La plegaria y la corona”.

Bécquer se desencantó en su primer contacto con Madrid; en busca siempre de algo que nutra sus ansias de una gloria imprecisa y de necesidades muy prosaicas y concretas. Son los años de lucha por la vil calderilla: fue periodista, adaptador de obras teatrales, escritor de rimas, leyendas y relatos, cronista de diversas celebraciones, censor de novelas, gacetillero de bailes, salones y reuniones de sociedad, director de periódico, diseñador de discursos políticos, prosista y poeta celebrado poco más allá del círculo de sus amigos y conocidos, muerto sin resonancias tipográficas.

En Madrid fue salteador de visillos y ventanas, amante no correspondido, suspirador desde la distancia y el silencio, enamorado de una pupila azul llena de suspiros, fecundo tejedor de las melancolías. Fue silencioso galán pretendiente esposo, padre y desavenido conyugal.

Pero sobre todo fue poeta. Poeta lleno de sensibilidad y asombros, buscador del ideal estético y la belleza como esencia, persiguió el secreto que en forma de pasión o aroma se esconde tras un labio o una flor, y encontró un lenguaje interiorizado, hecho música o perfume, fórmula o esencialización.

El ansia de gloria literaria mantenía vivas las esperanzas becquerianas, a pesar del desaliento inicial, las dificultades, decepciones y carencias, y los fracasos sufridos en las tentativas periodísticas: escritura durante 3 meses, juntamente con Nombela y García Luna -periodista y autor dramático-.

Los primeros años son de peregrinación por diversas casas de huéspedes -desde la casa de huéspedes de la calle Hortaleza, primera donde se alojó, hasta la casa de Claudio Coello, donde murió-, de iniciación de colaboraciones periodísticas y de realización de esfuerzos para introducirse en la vida literaria de la urbe, donde la llegada de su hermano Valeriano, a finales de 1855 -mismo año que muere su madrina en la epidemia de cólera que se abate sobre Sevilla- le sirvió de ayuda y de estímulo.

En Abril de 1855 funda con unos amigos la efímera Revista “España artística y literaria” que publicó un homenaje a Quintana, titulado la Corona de oro.

Escribe en periodiquillos efímeros como en: “El álbum de señoritas” o “La Crónica”, adaptando obras que no tienen muy buena crítica: “Esmeralda, 1856”, “La cruz del valle”, que en su estreno fue atacada por el director del periódico progresista “La Iberia” diciendo que era neocatólico, a lo que Bécquer, contestó que tenía gran seguridad y vocación intelectual; hilvanando comedias y zarzuelas: “La novia y el pantalón”, “La venta encantada, 1857”.

Año de privaciones que culminaría en una grave enfermedad, la tuberculosis, que le habría de enviar a la tumba, padecida en los primeros meses de 1858, durante la que fue solícitamente atendido por sus amigos, quienes encontraron entre los papeles del poeta la leyenda “El caudillo de las manos rojas”, publicada los meses de Mayo y Junio en “La Crónica” para conseguir dinero para afrontar los gastos de la enfermedad.

Tiempo de convalecencia. Recorriendo las calles madrileñas, tropieza sus ojos un día de otoño con una silueta femenina, dulcemente apoyada en el balcón de la mañana. Se llama Julia Espín, y es hija de músico. Está acompañada en el balcón por su hermana Josefina. Ambas, pero sobre todo la primera, serán inspiradoras de músicas del corazón e inductoras de delicadas rimas. De acuerdo con el testimonio de Nombela, Bécquer no quiso conocer personalmente a Julia, pues como buen romántico, prefería el ideal a la realidad. Sin embargo el poeta fue introducido por Rodríguez Correa en las tertulias musicales y literarias que se celebraban en casa de D. Joaquín Espín, padre de las musas, profesor del Conservatorio y autor de obras musicales de cierto éxito.

Gustavo se enamoró (decía que el amor era su única felicidad) y empezó a escribir las primeras Rimas, como Tu pupila es azul, pero la relación no llegó a consolidarse porque ella tenía más altas miras y le disgustaba la vida bohemia del escritor, que aún no era famoso; Julia dio nombre a una de las hijas de Valeriano. Durante esta época empezó a escuchar a su admirado Chopin. Después (entre 1859 y 1860) amó con pasión a una "dama de rumbo y manejo" de Valladolid, Elisa Guillén, pero la amante se cansó de él y su abandono lo sumió en la desesperación. Después se casó precipitadamente con Casta Esteban.

Tras la fugaz estancia de Bécquer en la Administración, concretamente en la Dirección de Bienes Nacionales, en calidad de escribiente fuera de plantilla, clausurada por la expulsión del poeta al haber sido sorprendido por el director dibujando sobre su expediente, en torno a 1860, adquiere cierta estabilidad profesional la situación de Bécquer por la dedicación constante por la labor periodística, ejercida sobre todo en “El Contemporáneo”. Esta dedicación había sido ya iniciada en “La época”, y proseguida en “La Crónica de ambos Mundos”. Fue nombrado redactor del periódico y trabajó en él, hasta 1865; publicó algunos trabajos literarios y diversos artículos.

Por este tiempo, entre 1858 y 1861 se publican siete leyendas.

En 1860 es cuando escribe muchas de sus rimas, que van dedicadas a Julia o a Josefina Espín, o quizás a Elisa Guillén. Y publica “Cartas literarias a una mujer” en donde explica la esencia de sus Rimas que aluden a lo inefable.

En la casa del médico que lo trata de una enfermedad venérea, Francisco Esteban, conocerá a la que será su esposa, Casta Esteban Navarro.

En 1862 nació su primer hijo, Gregorio Gustavo Adolfo, en Noviercas (Soria), donde posee bienes la familia de Casta y donde Bécquer tuvo una casita para su descanso y recreo. Empieza a escribir más para alimentar a su pequeña familia y, fruto de este intenso trabajo, nacieron varias de sus obras.

Además de sus tareas periodísticas, Bécquer siguió estos años adaptando piezas teatrales. Así, con el seudónimo de Adolfo Rodríguez, estrenó en 1862 en el Teatro de la Zarzuela, “El nuevo fígaro“, y en 1863 “Clara de Rosemberg”.

A finales del año 1863 y por motivos de enfermedad, se instala con su familia en el Monasterio de Veruela, donde escribió las “Cartas desde mi celda”. Se repuso, sin embargo, para marchar a Sevilla con su familia. De esa época es el retrato hecho por su hermano que se conserva en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. Trabaja con su hermano Valeriano, cuya relación con Casta no era buena, debido a que ella no soporta su carácter y su constante presencia en casa.

En diciembre de 1864, el ministro González Bravo, amigo de Bécquer, le consiguió el puesto de Censor de novelas, y el escritor vuelve a Madrid, puesto que estabilizó su situación económica durante el tiempo que lo desempeñó, hasta 1967, año en que nace su segundo hijo, Jorge Bécquer

1868 fue un año tétrico para Bécquer: Casta le es infiel, su libro de poemas desaparece en los disturbios revolucionarios y para huir de ellos marcha a Toledo, donde permanece un breve tiempo. En diciembre nace en Noviercas su tercer hijo, Emilio Eusebio, dando pábulo a su tragedia conyugal, pues se dice que este último hijo es del amante de Casta. Es más, Valeriano discute con Casta continuamente. Sin embargo, los esposos aún se escriben. Pasa entonces otra temporada en Toledo, de donde sale para Madrid en 1870 a fin de dirigir La Ilustración de Madrid, que acaba de fundar Eduardo Gasset con la intención de que lo dirigiera Gustavo Adolfo y trabajara en él Valeriano como dibujante.

Pero el 22 de diciembre muere Gustavo a los 34 años de edad de tuberculosis, durante un eclipse total de sol; un poco antes, en septiembre, había muerto su hermano Valeriano.

Mientras agonizaba, pidió a su amigo el poeta Augusto Ferrán que quemase sus cartas («serían mi deshonra») y que publicasen su obra («Si es posible, publicad mis versos. Tengo el presentimiento de que muerto seré más y mejor conocido que vivo»); pidió también que cuidaran de sus hijos. Sus últimas palabras fueron «Todo mortal».

Ferrán y Correa se pusieron de inmediato a preparar la edición de sus Obras completas para ayudar a la familia; salieron en 1871 en dos volúmenes; en sucesivas ediciones fueron añadidos otros escritos.

Los restos de los dos hermanos fueron trasladados en 1913 a Sevilla, donde actualmente reposan. Hay un monumento en recuerdo de Gustavo Adolfo en el centro de Sevilla.

3 comentarios:

Cristina dijo...

Ya veo que no pasas...

pero... ¿no habíamos quedado en que no murió de tuberculosis "er gusta becqué"?

Pilar dijo...

No, prima no. Murió de un ataque de hartazgo que se le complicó con una insuficiencia de reconocimiento. Es que esos dos males juntos son mu malos, prima. Mu malos.

Marga dijo...

Pues gracias a la representación y sobre todo a María, he conocido un montón de datos "der Gusta" de los que no tenía ni idea. No cambia mi percepción sobre su obra, pero es curioso cómo le había convertido en mi imaginación en un personaje más.